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        Nacido
        en Madrid en 1891, estudió Derecho y Filosofía y Letras.
        Fue lector  
        en la Universidad de París
        entre 1914 y 1917, año en que se doctoró en  
        Letras. Fue catedrático de
        Lengua y Literatura española en las universidades
         
        de Sevilla y Murcia. Después de
        viajar por toda Europa y el norte  
        de Africa, trabajó como lector
        de español en la Universidad de Cambridge.  
        En 1936, con el estallido de la
        Guerra Civil, se marchó a Estados Unidos,  
        donde murió en 1951.
         
        La obra poética de Pedro
        Salinas consta de nueve libros escritos en  
        tres etapas: Presagios,
        Seguro Azar y Fábula y
        Signo (de 1923 a 1933);  
        La voz a ti debida,
        Razón de amor y Largo
        Lamento (entre 1933 y 1938),  
        y El Contemplado,
        Todo más claro y Confianza
        (en el decenio de 1940).  
          
        A esa, a la
        que yo quiero,  
        no es a la que se da rindiéndose,
         
        a la que se entrega cayendo,
         
        de fatiga, de peso muerto,
         
        como el agua por ley de lluvia,
         
        hacia abajo, presa segura
         
        de la tumba vaga del suelo.
         
        A esa, a la que yo quiero,
         
        es a la que se entrega venciendo,
         
        venciéndose,  
        desde su libertad saltando
         
        por el ímpetu de la gana,
         
        de la gana de amor, surtida,
         
        surtidor, o garza volante,
         
        o disparada -la saeta-
         
        sobre su pena victoriosa,
         
        hacia arriba, ganando el cielo.
         
          
        Perdóname por
        ir así buscándote,  
        tan torpemente, dentro
         
        de ti.  
        Perdóname el dolor, alguna vez.
         
        Es que quiero sacar  
        de ti tu mejor tú.  
        Ese que no te viste y que yo veo,
         
        nadador por tu fondo, preciosísimo.
         
        Y cogerlo  
        y tenerlo yo en alto como tiene
         
        el árbol la luz última
         
        que le ha encontrado al sol.
         
        Y entonces tú  
        en su busca vendrías, a lo alto.
         
        Pera llegar a él  
        subida sobre ti, como te quiero,
         
        tocando ya tan sólo a tu pasado
         
        con las puntas rosadas de tus
        pies,  
        en tensión todo el cuerpo, ya
        ascendiendo  
        de ti a ti misma.  
        Y que mi amor entonces le
        conteste  
        la nueva criatura que tú eres.
         
          
        Cuando tú me
        elegiste  
        -el amor eligió-  
        salí del gran anónimo
         
        de todos, de la nada.
         
        Hasta entonces  
        nunca era yo más alto
         
        que las sierras del mundo.
         
        Nunca bajé más hondo
         
        de las profundidades  
        máximas señaladas  
        en las cartas marinas.
         
        Y mi alegría estaba  
        triste, como lo están
         
        esos relojes chicos,  
        sin brazo en que ceñirse
         
        y sin cuerda, parados.
         
        Pero al decirme: "tú"
         
        -a mí, sí, a mí, entre todos-,
         
        más alto ya que estrellas
         
        o corales estuve.  
        Y mi gozo  
        se echó a rodar, prendido
         
        a tu ser, en tu pulso.
         
        Posesión tú me dabas
         
        de mí, al dárteme tú.
         
        Viví, vivo. ¿Hasta cuándo?
         
        Sé que te volverás  
        atrás. Cuando te vayas
         
        retornaré a ese sordo
         
        mundo, sin diferencias,
         
        del gramo, de la gota,
         
        en el agua, en el peso.
         
        Uno más seré yo  
        al tenerte de menos.  
        Y perderé mi nombre,
         
        mi edad, mis señas, todo
         
        perdido en mí, de mí.
         
        Vuelto al osario inmenso
         
        de los que no se han muerto
         
        y ya no tienen nada 
         
        que morirse en la vida.
         
           
          
        Qué alegría,
        vivir  
        sintiéndose vivido.  
        Rendirse  
        a la gran certidumbre,
        oscuramente,  
        de que otro ser, fuera de mí,
        muy lejos,  
        me está viviendo.  
        Que cuando los espejos, los espías,
         
        azogues, almas cortas, aseguran
         
        que estoy aquí, yo, inmóvil,
         
        con los ojos cerrados y los
        labios,  
        negándome al amor  
        de la luz, de la flor y de los
        nombres,  
        la verdad trasvisible es que
        camino  
        sin mis pasos, con otros,
         
        allá lejos, y allí  
        estoy besando flores, luces,
        hablo.  
        Que hay otro ser por el que miro
        el mundo  
        porque me está queriendo con
        sus ojos.  
        Que hay otra voz con la que digo
        cosas  
        no sospechadas por mi gran
        silencio;  
        y es que también me quiere con
        su voz.  
        La vida ¡qué transporte ya!-,
        ignorancia  
        de lo que son mis actos, que
        ella hace,  
        en que ella vive, doble, suya y
        mía.  
        Y cuando ella me hable
         
        de un cielo oscuro, de un
        paisaje blanco,  
        recordaré  
        estrellas que no vi, que ella
        miraba,  
        y nieve que nevaba allá en su
        cielo.  
        Con la extraña delicia de
        acordarse  
        de haber tocado lo que no toqué
         
        sino con esas manos que no
        alcanzo  
        a coger con las mías, tan
        distantes.  
        Y todo enajenado podrá el
        cuerpo  
        descansar, quieto, muerto ya.
        Morirse  
        en la alta confianza  
        de que este vivir mío no era sólo
         
        mi vivir: era el nuestro. Y que
        me vive  
        otro ser por detrás de la no
        muerte.  
          
        Para vivir no
        quiero  
        islas, palacios, torres.
         
        ¡Qué alegría más alta:
         
        vivir en los pronombres!
         
        Quítate ya
        los trajes,  
        las señas, los retratos;
         
        yo no te quiero así,
         
        disfrazada de otra,  
        hija siempre de algo.
         
        Te quiero pura, libre,
         
        irreductible: tú.  
        Sé que cuando te llame
         
        entre todas las gentes
         
        del mundo,  
        sólo tú serás tú.
         
        Y cuando me preguntes
         
        quién es el que te llama,
         
        el que te quiere suya,
         
        enterraré los nombres,
         
        los rótulos, la historia.
         
        Iré rompiendo todo  
        lo que encima me echaron
         
        desde antes de nacer.
         
        Y vuelto ya al anónimo
         
        eterno del desnudo,  
        de la piedra, del mundo,
         
        te diré:  
        "Yo te quiero, soy yo."
         
          
        Y súbita, de
        pronto,  
        porque sí, la alegría.
         
        Sola, porque ella quiso,
         
        vino. Tan vertical,  
        tan gracia inesperada,
         
        tan dádiva caída,  
        que no puedo creer  
        que sea para mí.  
        Miro a mi alrededor,  
        busco. ¿De quién sería?
         
        ¿Será de aquella isla
         
        escapada del mapa,  
        que pasó por mi lado
         
        vestida de muchacha,  
        con espumas al cuello,
         
        traje verde y un gran
         
        salpicar de aventuras?
         
        ¿No se le habrá caído
         
        a un tres, a un nueve, a un
        cinco  
        de este agosto que empieza?
         
        ¿O es la que vi temblar
         
        detrás de la esperanza,
         
        al fondo de una voz  
        que me decía: "No"?
         
        Pero no importa, ya.  
        Conmigo está, me arrastra.
         
        Me arranca del dudar.
         
        Se sonríe, posible;  
        toma forma de besos,  
        de brazos, hacia mí;
         
        pone cara de mía.  
        Me iré, me iré con ella
         
        a amarnos, a vivir  
        temblando de futuro,  
        a sentirla de prisa,  
        segundos, siglos, siempres,
         
        nadas. Y la querré  
        tanto, que cuando llegue
         
        alguien  
        -y no se le verá,  
        no se le han de sentir
         
        los pasos- a pedírmela
         
        (es su dueño, era suya),
         
        ella, cuando la lleven,
         
        dócil, a su destino,
         
        volverá la cabeza  
        mirándome. Y veré  
        que ahora sí es mía, ya.
         
          
        ¡Si me
        llamaras, sí,  
        si me llamaras!  
        Lo dejaría
        todo,  
        todo lo tiraría:  
        los precios, los catálogos,
         
        el azul del océano en los mapas,
         
        los días y sus noches,
         
        los telegramas viejos
         
        y un amor.  
        Tú, que no eres mi amor,
         
        ¡si me llamaras!  
        Y aún espero
        tu voz:  
        telescopios abajo,  
        desde la estrella,  
        por espejos, por túneles,
         
        por los años bisiestos
         
        puede venir. No sé por dónde.
         
        Desde el prodigio, siempre.
         
        Porque si tú me llamas
         
        -¡si me llamaras, sí, si me
        llamaras!-  
        será desde un milagro,
         
        incognito, sin verlo.
         
        Nunca desde los labios que te
        beso,  
        nunca  
        desde la voz que dice: "No
        te vayas."  
          
        ¡Cuánto rato
        te he mirado  
        sin mirarte a ti, en la imagen
         
        exacta e inaccesible  
        que te traiciona el espejo!
         
        "Bésame", dices. Te
        beso,  
        y mientras te beso pienso
         
        en los fríos que serán
         
        tus labios en el espejo.
         
        "Toda el alma para ti",
         
        murmuras, pero en el pecho
         
        siento un vacío que sólo
         
        me lo llenará ese alma
         
        que no me das.  
        El alma que se recata
         
        con disfraz de claridades
         
        en tu forma del espejo.
         
          
        Cuando te digo:
        "alta"  
        no pienso en proporciones, en
        medidas:  
        incomparablemente te lo digo.
         
        Alta la luz, el aire, el ave;
         
        alta, tú, de otro modo.
         
        En el nombre
        de "hermosa"  
        me descubro, al decírtelo,
         
        una palabra extraña entre los
        labios.  
        Resplandeciente visión nueva
         
        que estalla, explosión súbita,
         
        haciendo mil pedazos,
         
        de cristal, humo, mármol,
         
        la palabra "hermosura"
        de los hombres.  
        Al decirte a
        ti: "única",  
        no es porque no haya otras
         
        rosas junto a las rosas,
         
        olivas muchas en el árbol, no.
         
        Es porque te vi sólo
         
        al verte a ti. Porque te veo
        ahora  
        mientras no te me quites del
        amor.  
        Porque no te veré ya nunca más
         
        el día que te vayas,
         
        tú.  
           
        No te detengas
        nunca  
        cuando quieras buscarme.
         
        Si ves muros de agua,
         
        anchos fosos de aire,
         
        setos de piedra o tiempo,
         
        guardia de voces, pasa.
         
        Te espero con un ser  
        que no espera a los otros:
         
        en donde yo te espero
         
        sólo tú cabes. Nadie
         
        puede encontrarse  
        allí conmigo sino  
        el cuerpo que te lleva,
         
        como un milagro, en vilo.
         
        Intacto, inajenable,  
        un gran espacio blanco,
         
        azul, en mí, no acepta
         
        más que los vuelos tuyos,
         
        los pasos de tus pies;
         
        no se verán en él  
        otras huellas jamás.
         
        Si alguna vez me miras
         
        como preso encerrado,
         
        detrás de puertas,  
        entre cosas ajenas,  
        piensa en las torres altas,
         
        en las trémulas cimas
         
        del árbol, arraigado.
         
        Las almas de las piedras
         
        que abajo están sirviendo
         
        aguardan en la punta  
        última de la torre.  
        Y ellos, pájaros, nubes,
         
        no se engañan: dejando
         
        que por abajo pisen  
        los hombres y los días,
         
        se van arriba,  
        a la cima del árbol,
         
        al tope de la torre,  
        seguros de que allí,
         
        en las fronteras últimas
         
        de su ser terrenal  
        es donde se consuman  
        los amores alegres,  
        las solitarias citas  
        de la carne y las alas.
         
          
        La forma de
        querer tú  
        es dejarme que te quiera.
         
        El sí con que te me rindes
         
        es el silencio. Tus besos
         
        son ofrecerme los labios
         
        para que los bese yo.
         
        Jamás palabras, abrazos,
         
        me dirán que tú existías,
         
        que me quisiste: jamás.
         
        Me lo dicen hojas blancas,
         
        mapas, augurios, teléfonos;
         
        tú, no.  
        Y estoy abrazado a ti
         
        sin preguntarte, de miedo
         
        a que no sea verdad  
        que tú vives y me quieres.
         
        Y estoy abrazado a ti
         
        sin mirar y sin tocarte.
         
        No vaya a ser que descubra
         
        con preguntas, con caricias,
         
        esa soledad inmensa  
        de quererte sólo yo.
         
         
         
        Ayer te besé
        en los labios.  
        Te besé en los labios. Densos,
         
        rojos. Fue un beso tan corto
         
        que duró más que un relámpago,
         
        que un milagro, más.
         
        El tiempo  
        después de dártelo  
        no lo quise para nada
         
        ya, para nada  
        lo había querido antes.
         
        Se empezó, se acabó en él.
         
        Hoy estoy
        besando un beso;  
        estoy solo con mis labios.
         
        Los pongo  
        no en tu boca, no, ya no
         
        -¿adónde se me ha escapado?-
         
        Los pongo  
        en el beso que te di  
        ayer, en las bocas juntas
         
        del beso que se besaron.
         
        Y dura este beso más
         
        que el silencio, que la luz.
         
        Porque ya no es carne
         
        ni una boca lo que beso,
         
        que se escapa, que me huye.
         
        No.  
        Te estoy besando más lejos.
         
         
         
        Cuando cierras
        los ojos  
        tus párpados son aire.
         
        Me arrebatan:  
        me voy contigo, adentro.
         
        No se ve nada,
        no  
        se oye nada. Me sobran
         
        los ojos y los labios,
         
        es este mundo tuyo.  
        Para sentirte a ti  
        no sirven  
        los sentidos de siempre,
         
        usados con los otros.
         
        Hay que esperar los nuevos.
         
        Se anda a tu lado  
        sordamente, en lo oscuro,
         
        tropezando en acasos,
         
        en vísperas; hundiéndose
         
        hacia arriba  
        con un gran peso de alas.
         
        Cuando vuelves
        a abrir  
        los ojos yo me vuelvo
         
        afuera, ciego ya,  
        tropezando también,  
        sin ver, tampoco, aquí.
         
        Sin saber más vivir  
        ni en el otro, en el tuyo,
         
        ni en este  
        mundo descolorido  
        en donde yo vivía.  
        Inútil, desvalido  
        entre los dos.  
        Yendo, viniendo  
        de uno a otro  
        cuando tú quieres,  
        cuando abres, cuando cierras
         
        los párpados, los ojos.
         
          
        El sueño es
        una larga  
        despedida de ti.  
        ¡Qué gran vida contigo,
         
        en pie, alerta en el sueño!
         
        ¡Dormir el mundo, el sol,
         
        las hormigas, las horas,
         
        todo, todo dormido,  
        en el sueño que duermo!
         
        Menos tú, tú la única,
         
        viva, sobrevivida,  
        en el sueño que sueño.
         
        Pero sí,
        despedida:  
        voy a dejarte. Cerca,
         
        la mañana prepara  
        toda su precisión  
        de rayos y de risas.  
        ¡Afuera, afuera, ya,
         
        lo soñado, flotante,
         
        marchando sobre el mundo,
         
        sin poderlo pisar  
        porque no tiene sitio,
         
        desesperadamente!  
        Te abrazo por
        vez última:  
        eso es abrir los ojos.
         
        Ya está. Las verticales
         
        entran a trabajar,  
        sin un desmayo, en reglas.
         
        Los colores ejercen  
        sus oficios de azul,  
        de rosa, verde, todos
         
        a la hora en punto. El mundo
         
        va a funcionar hoy bien:
         
        me ha matado ya el sueño.
         
        Te siento huir, ligera,
         
        de la aurora, exactísima,
         
        hacia arriba, buscando
         
        la que no se ve estrella,
         
        el desorden celeste,  
        que es sólo donde cabes.
         
        Luego, cuando despierto,
         
        no te conozco, casi,  
        cuando, a mi lado, tiendes
         
        los brazos hacia mí  
        diciendo: "¿Qué soñaste?"
         
        Y te contestaría:  
        "No sé, se me ha olvidado",
         
        si no estuviera ya  
        tu cuerpo limpio, exacto,
         
        ofreciéndome en labios
         
        el gran error del día.
         
          
        Tu vives
        siempre en tus actos.   
        Con la punta de tus dedos 
         
        pulsas el mundo, le arrancas 
         
        auroras, triunfos, colores, 
         
        alegrías: es tu música. 
         
        La vida es lo que tu tocas. 
         
        De tus ojos, sólo de ellos, 
         
        sale la luz que te guía 
         
        los pasos. Andas 
         
        por lo que ves. Nada más. 
         
        Y si una duda te hace 
         
        señas a diez mil kilómetros, 
         
        lo dejas todo, te arrojas 
         
        sobre proas, sobre alas, 
         
        estás ya allí; con los besos, 
         
        con los dientes la desgarras: 
         
        Ya no es duda.   
        Tú nunca puedes dudar. 
         
        Porque has vuelto los misterios
         
        del revés. Y tus enigmas, 
         
        lo que nunca entenderás, 
         
        son esas cosas tan claras: 
         
        la arena donde te tiendes, 
         
        la marcha de tu reloj
         
        y el tierno cuerpo rosado 
         
        que te encuentras en tu espejo 
         
        cada día al despertar, 
         
        y es el tuyo. Los prodigios
         
        que están descifrados ya. 
         
        Y nunca te equivocaste, 
         
        más que una vez, una noche 
         
        que te encapricho una sombra 
         
        -la única que te ha gustado-. 
         
        Una sombra parecía. 
         
        Y la quisiste abrazar. 
         
        Y era yo.   
           
        Posesión de
        tu nombre,   
        sola que tú permites, 
         
        felicidad, alma sin cuerpo. 
         
        Dentro de mí te llevo 
         
        porque digo tu nombre, 
         
        felicidad, dentro del pecho. 
         
        «Ven»: y tú llegas quedo; 
         
        «vete»: y rápida huyes. 
         
        Tu presencia y tu ausencia 
         
        sombra son una de otra, 
         
        sombras me dan y quitan. 
         
        (¡Y mis brazos abiertos!) 
         
        Pero tu cuerpo nunca, 
         
        pero tus labios nunca, 
         
        felicidad, alma sin cuerpo,
        sombra pura.   
         
         
        El alma tenías 
         
        tan clara y abierta, 
         
        que yo nunca pude 
         
        entrarme en tu alma. 
         
        Busqué los atajos 
         
        angostos, los pasos 
         
        altos y difíciles... 
         
        A tu alma se iba 
         
        por caminos anchos. 
         
        Preparé alta escala 
         
        soñaba altos muros 
         
        guardándote el alma- 
         
        pero el alma tuya 
         
        estaba sin guarda 
         
        de tapial ni cerca. 
         
        Te busqué la puerta 
         
        estrecha del alma, 
         
        pero no tenía, 
         
        de franca que era, 
         
        entradas tu alma. 
         
        ¿En dónde empezaba? 
         
        ¿Acababa, en dónde? 
         
        Me quedé por siempre 
         
        sentado en las vagas 
         
        lindes de tu alma. 
         
           
        Sin voz,
        desnuda.  
        Sin armas. Ni las dulces 
         
        sonrisas, ni las llamas 
         
        rápidas de la ira. 
         
        Sin armas. Ni las dulces 
         
        sonrisas, ni las llamas 
         
        rápidas de la ira. 
         
        Sin armas. Ni las aguas 
         
        de la bondad sin fondo, 
         
        ni la perfidia, corvo pico. 
         
        Nada. Sin armas. Sola. 
         
        Ceñida en tu silencio. 
         
        «Sí» y «no», «mañana» y
        «cuando»   
        quiebran agudas puntas 
         
        de inútiles saetas 
         
        en tu silencio liso 
         
        sin derrota ni gloria. 
         
        ¡Cuidado! que te mata 
         
        fría, invencible, eterna- 
         
        eso, lo que te guarda, 
         
        eso, lo que te salva, 
         
        el filo del silencio que tú
        aguzas.  
          
        Navacerrada,
        abril  
        Los dos solos. ¡Qué bien 
         
        aquí, en el puerto, altos! 
         
        Vencido verde, triunfo 
         
        de los dos, al venir 
         
        queda un paisaje atrás: 
         
        otro enfrente, esperándonos. 
         
        Parar aquí un minuto. 
         
        - Sus tres banderas blancas
         
        soledad, nieve, altura- 
         
        agita la mañana. 
         
        Se rinde, se me rinde. 
         
        Ya su silencio es mío: 
         
        posesión de un minuto. 
         
        Y de pronto mi mano 
         
        que te oprime, y tú, yo, 
         
        aventura de arranque  
        eléctrico- rompemos 
         
        el cristal de las doce, 
         
        a correr por un mundo 
         
        de asfalto y selva virgen. 
         
        Alma mía en la tuya 
         
        mecánica; mi fuerza, 
         
        bien medida, la tuya, 
         
        justa: doce caballos. 
         
            
        TRÁNSITO
         
        Qué princesa
        final -la última hoja   
        de otoño-  
        ¡pasa por en medio, lenta, 
         
        de la ancha calle sola! 
         
        Rubia, desheredada, morganática 
         
        esposa del gorrión. Presentan
        armas,   
        inútiles aceros, ramas secas, 
         
        dobles filas de árboles, la
        guardia.   
        ¡Adiós!   
        Las encendidas iluminaciones 
         
        urbanas a su muerte paraísos 
         
        eléctricos ofrecen, blancos
        campos   
        Elíseos. ¡Arriba! 
         
        El viento, su destino, ya la
        sube,   
        alma, al cielo. 
         
        Adiós! Invierno, ¡qué anarquía!,
        Invierno.   
        Las dinastías verdes 
         
        cumpliendo trasatlánticos
        destierros,   
        esperan Abril, clarín,
        restauración segura.   
         
         
        FAR WEST
         
        ¡Qué viento a ocho mil kilómetros! 
         
        ¿No ves cómo vuela todo? 
         
        ¿No ves los cabellos sueltos 
         
        de Mabel, la caballista 
         
        que entorna los ojos limpios 
         
        ella, viento, contra el viento? 
         
        ¿No ves   
        la cortina estremecida, 
         
        ese papel revolado 
         
        y la soledad frustrada 
         
        entre ella y tú por el viento? 
         
        Sí, lo veo.   
        Y nada más que lo veo. 
         
        Ese viento   
        está al otro lado, está 
         
        en una tarde distante 
         
        de tierras que no pisé. 
         
        Agitando está unos ramos 
         
        sin dónde,   
        esta besando unos labios 
         
        sin quién.   
        No es ya viento, es el retrato 
         
        de un viento que se murió 
         
        sin que yo le conociera, 
         
        y está enterrado en el ancho 
         
        cementerio de los aires 
         
        viejos, de los aires muertos. 
         
        Sí le veo, sin sentirle. 
         
        Está allí, en el mundo suyo, 
         
        viento de cine, ese viento. 
         
          
        VALLE
         
        En el paisaje tierno 
         
        aquí, quedarse, 
         
        el puente de hierro. 
         
        Cielo azul, verde tierra; 
         
        el puente ¡qué negro! 
         
        Sobre colinas muelles 
         
        voluntad en desmayo, 
         
        amor en vacaciones, 
         
        toda la vida en curvas. 
         
        Pero él marchar, seguir, 
         
        él, solo, puente, recto. 
         
            
        LA DISTRAIDA
         
        No estás ya aquí. Lo que veo 
         
        de ti, cuerpo, es sombra, engaño. 
         
        El alma tuya se fue 
         
        donde tú te irás mañana. 
         
        Aún esta tarde me ofrece 
         
        falsos rehenes, sonrisas 
         
        vagas, ademanes lentos, 
         
        un amor ya distraído. 
         
        Pero tu intención de ir 
         
        te llevó donde querías 
         
        lejos de aquí, donde estás 
         
        diciéndome:   
        aquí estoy contigo, «mira». 
         
        Y me señalas la ausencia. 
         
           
          
        ¡Qué vacación
        de espejo por la calle!   
        Tendido boca arriba, cara al
        cielo,   
        todo de azogue estremecido y
        quieto,   
        bien atado le llevan. 
         
        Roncas bocinas vanamente
        urgentes   
        apresurar querrían 
         
        su lenta marcha de garzón
        cautivo.   
        ¡Pero qué libre aquella tarde,
        fuera,   
        prisionero, escapado! Nadie 
         
        vino a mirarse en él. Él sí
        que mira   
        hoy, por vez primera esos ojos. 
         
        Cimeras ramas, cielos, nubes,
        vuelos   
        de extraviadas nubes, lo que
        nunca   
        entró en su vida, ve. 
         
        Si descansan sus guardas a los
        lados   
        acero, prisa, ruido, 
         
        corren. Él, inmóvil 
         
        en el asfalto, liso estanque 
         
        momentáneo, hondísimo 
         
        abre. Y le surcan 
         
        de alas, de plumas, peces- 
         
        crepusculares golondrinas secas.
         
          
        AMSTERDAM
         
        Esta noche te cruzan 
         
        verdes, rojas, azules, rapidísimas 
         
        luces extrañas por los ojos. 
         
        ¿Será tu alma? 
         
        ¿Son luces de tu alma, si te
        miro?   
        Letras son, nombres claros 
         
        al revés, en tus ojos. 
         
        Son nombres: Universum, 
         
        se iluminan, se apagan, con
        latidos   
        de luz de corazón. Universum. 
         
        Miro; ya sé; ya leo: 
         
        Universum cinema, ocho cilindros, 
         
        saldo de blanco junto a las
        estrellas.   
        Te quiero así inocente, toda
        ajena,   
        palpitante   
        en lo que está fuera de ti, tus
        ojos   
        proclamando las vívidas 
         
        verdades de colores de la noche. 
         
        Las compraremos todas 
         
        cuando se abran las tiendas,
        ahora mismo   
        Universum cinema-, cuando bese 
         
        las luces de tu alma, sí, las
        luces,   
        anuncios luminosos de la vida 
         
        en la noche, en tus ojos. 
         
         
         
        AQUÍ
         
        Me quedaría en todo 
         
        lo que estoy, donde estoy. 
         
        Quieto en el agua quieta; 
         
        de plomo, hundido, sordo 
         
        en el amor sin sol. 
         
        ¡Qué ansia de repetirse en
        esto que está siendo!   
        Qué afán de que mañana 
         
        nada más que llenar 
         
        otra vez al tenderte 
         
        ese hueco que deja 
         
        hoy exacto en la arena 
         
        ¡tu cuerpo!   
        Ni futuro, ni nuevo 
         
        el horizonte. Esto 
         
        apretado y estrecho: 
         
        tela, carne y el mar. 
         
        Nada promete el mundo: 
         
        lo da, lo tengo ya. 
         
        Nunca me iré de ti 
         
        por el viento, en las velas, 
         
        por el alma cantando, 
         
        ni por los trenes, no. 
         
        Si me marcho será 
         
        que estoy   
        viviendo contra mí. 
         
          
        ¿Por qué
        tienes nombre tú,   
        día, miércoles? 
         
        ¿Por qué tienes nombre tú, 
         
        tiempo, otoño? 
         
        Alegría, pena, siempre 
         
        ¿por qué tenéis nombre: amor? 
         
        Si tú no tuvieras nombre, 
         
        yo no sabría qué era 
         
        ni cómo, ni cuándo. Nada. 
         
        ¿Sabe el mar cómo se llama, 
         
        que es el mar? ¿Saben los
        vientos   
        sus apellidos, del Sur 
         
        y del Norte, por encima 
         
        del puro soplo que son? 
         
        Si tú no tuvieras nombre, 
         
        todo sería primero, 
         
        inicial, todo inventado 
         
        por mí,   
        intacto hasta el beso mío. 
         
        Gozo, amor: delicia lenta 
         
        de gozar, de amar, sin nombre. 
         
        Nombre: ¡qué puñal clavado 
         
        en medio de un pecho cándido 
         
        que sería nuestro siempre 
         
        si no fuese por su nombre! 
         
         
         
        Todo dice que
        sí.   
        Sí del cielo, lo azul, 
         
        y sí, lo azul del mar, 
         
        mares, cielos, azules 
         
        con espumas y brisas, 
         
        júbilos monosílabos 
         
        repiten sin parar. 
         
        Un sí contesta sí 
         
        a otro sí. Grandes diálogos 
         
        repetidos se oyen 
         
        por encima del mar 
         
        de mundo a mundo: sí. 
         
        Se leen por el aire 
         
        largos síes, relámpagos 
         
        de plumas de cigüeña, 
         
        tan de nieve que caen, 
         
        copo a copo, cubriendo 
         
        la tierra de un enorme, 
         
        blanco sí. Es el gran día. 
         
        Podemos acercarnos 
         
        hoy a lo que no habla: 
         
        a la peña, al amor, 
         
        al hueso tras la frente: 
         
        son esclavos del sí. 
         
        Es la sola palabra 
         
        que hoy les concede el mundo. 
         
        Alma, pronto, a pedir, 
         
        a aprovechar la máxima 
         
        locura momentánea, 
         
        a pedir esas cosas 
         
        imposibles, pedidas, 
         
        calladas, tantas veces, 
         
        tanto tiempo, y que hoy 
         
        pediremos a gritos. 
         
        Seguros por un día 
         
        hoy, nada más que hoy- 
         
        de que los «no» eran falsos, 
         
        apariencias, retrasos, 
         
        cortezas inocentes. 
         
        Y que estaba detrás, 
         
        despacio, madurándose, 
         
        al compás de esta ansia 
         
        que lo pedía en vano, 
         
        la gran delicia: el sí. 
         
          
        Amor, amor,
        catástrofe.   
        ¡Qué hundimiento del mundo! 
         
        Un gran horror a techos 
         
        quiebra columnas, tiempos; 
         
        los reemplaza por cielos 
         
        intemporales. Andas, ando 
         
        por entre escombros 
         
        de estíos y de inviernos 
         
        derrumbados. Se extinguen 
         
        las normas y los pesos. 
         
        Toda hacia atrás la vida 
         
        se va quitando siglos, 
         
        frenética, de encima 
         
        desteje, galopando, 
         
        su curso, lento antes; 
         
        se desvive de ansia 
         
        de borrarse la historia, 
         
        de no ser más que el puro 
         
        anhelo de empezarse 
         
        otra vez. El futuro 
         
        se llama ayer. Ayer 
         
        oculto, secretísimo 
         
        que se nos olvidó 
         
        y hay que reconquistar 
         
        con la sangre y el alma, 
         
        detrás de aquellos otros 
         
        ayeres conocidos. 
         
        ¡Atrás y siempre atrás! 
         
        ¡Retrocesos, en vértigo 
         
        por dentro, hacia el mañana! 
         
        ¡Qué caiga todo! Ya 
         
        lo siento apenas. Vamos 
         
        a fuerza de besar, 
         
        inventando las ruinas 
         
        del mundo, de la mano 
         
        tú y yo   
        por entre el gran fracaso 
         
        de la flor y del orden. 
         
        Y ya siento entre tactos, 
         
        entre abrazos, tu piel 
         
        que me entrega el retorno 
         
        al palpitar primero, 
         
        sin luz, antes del mundo, 
         
        total, sin forma, caos. 
         
          
        Lo que eres 
         
        me distrae de lo que dices. 
         
        Lanzas palabras veloces 
         
        empavesadas de risas, 
         
        invitándome   
        a ir adonde ellas me lleven. 
         
        No te atiendo, no las sigo: 
         
        estoy mirando   
        los labios donde nacieron. 
         
        Miras de pronto a los lejos. 
         
        Clavas la mirada allí 
         
        no sé en qué, y se te dispara 
         
        a buscarlo ya tu alma 
         
        afilada, de saeta. 
         
        Yo no miro adonde miras: 
         
        yo te estoy viendo mirar. 
         
        Y cuando deseas algo 
         
        no pienso en lo que tú quieres, 
         
        ni lo envidio: es lo de menos. 
         
        Lo quieres hoy, lo deseas; 
         
        mañana lo olvidarás 
         
        por una querencia nueva. 
         
        No. Te espero más allá 
         
        de los fines y los términos. 
         
        En lo que no ha de pasar 
         
        me quedo, en el puro acto 
         
        de tu deseo queriéndote. 
         
        Y no quiero ya otra cosa 
         
        más que verte a ti querer. 
         
            
        Los cielos son
        iguales.   
        Azules, grises, negros, 
         
        se repiten encima 
         
        del naranjo o la piedra: 
         
        nos acerca mirarlos. 
         
        Las estrellas suprimen, 
         
        de lejanas que son, 
         
        las distancias del mundo. 
         
        Si queremos juntarnos, 
         
        nunca mires delante: 
         
        todo lleno de abismos, 
         
        de fechas y de leguas. 
         
        Déjate bien flotar 
         
        sobre el mar o la hierba, 
         
        inmóvil, cara al cielo. 
         
        Te sentirás hundir 
         
        despacio, hacia lo alto, 
         
        en la vida del aire. 
         
        Y nos encontraremos 
         
        sobre las diferencias 
         
        invencibles, arenas, 
         
        rocas, años, ya solos, 
         
        nadadores celestes, 
         
        náufragos de los cielos. 
         
         
         
        Entre tu
        verdad más honda   
        me pones siempre tus besos. 
         
        La presiento, cerca ya, 
         
        la deseo, no la alcanzo; 
         
        cuando estoy más cerca de ella 
         
        me cierras el paso tú, 
         
        te me ofreces en los labios. 
         
        Y ya no voy más allá. 
         
        Triunfas. Olvido, besando,
         
        tu secreto encastillado. 
         
        Y me truecas el afán 
         
        de seguir más hacia ti, 
         
        en deseo   
        de que no me dejes ir 
         
        y me beses.   
        Ten cuidado.   
        Te vas a vender, así. 
         
        Porque un día el beso tuyo, 
         
        de tan lejos, de tan hondo 
         
        te va a nacer   
        que lo que estás escondiendo 
         
        detrás de él   
        te salte todo a los labios. 
         
        Y lo que tú me negabas 
         
        alma delgada y esquiva- 
         
        se me entregue, me lo des 
         
        sin querer   
        donde querías negármelo. 
         
          
        No quiero que
        te vayas   
        dolor, última forma 
         
        de amar. Me estoy sintiendo 
         
        vivir cuando me dueles 
         
        no en ti, ni aquí, más lejos: 
         
        en la tierra, en el año 
         
        de donde vienes tú, 
         
        en el amor con ella 
         
        y todo lo que fue. 
         
        En esa realidad 
         
        hundida que se niega 
         
        a sí misma y se empeña 
         
        en que nunca ha existido, 
         
        que sólo fue un pretexto 
         
        mío para vivir. 
         
        Si tú no me quedaras 
         
        dolor, irrefutable, 
         
        yo me lo creería; 
         
        pero me quedas tú. 
         
        Tu verdad me asegura 
         
        que nada fue mentira. 
         
        Y mientras yo te sienta, 
         
        tú me serás, dolor, 
         
        la prueba de otra vida 
         
        en que no me dolías. 
         
        La gran prueba, a lo lejos, 
         
        de que existió, que existe, 
         
        de que me quiso, sí, 
         
        de que aún la estoy queriendo. 
         
            
        «Mañana».
        La palabra   
        iba suelta, vacante, 
         
        ingrávida, en el aire, 
         
        tan sin alma y sin cuerpo, 
         
        tan sin color ni beso, 
         
        que la dejé pasar 
         
        por mi lado, en mi hoy. 
         
        Pero de pronto tú 
         
        dijiste: «Yo, mañana...» 
         
        Y todo se pobló 
         
        de carne y de banderas. 
         
        Se me precipitaban 
         
        encima las promesas 
         
        de seiscientos colores, 
         
        con vestidos de moda, 
         
        desnudas, pero todas 
         
        cargadas de caricias. 
         
        En trenes o en gacelas 
         
        me llegaban -agudas, 
         
        sones de violines- 
         
        esperanzas delgadas 
         
        de bocas virginales. 
         
        O veloces y grandes 
         
        como buques, de lejos, 
         
        como ballenas   
        desde mares distantes, 
         
        inmensas esperanzas 
         
        de un amor sin final. 
         
        ¡Mañana! Qué palabra 
         
        toda vibrante, tensa 
         
        de alma y carne rosada, 
         
        cuerda del arco donde 
         
        tú pusiste, agudísima, 
         
        arma de veinte años, 
         
        la flecha más segura 
         
        cuando dijiste: «Yo...» 
         
          
        Estabas, pero
        no se te veía   
        aquí en la luz terrestre, en
        nuestra luz   
        de todos.   
        Tu realidad vivía entre
        nosotros   
        indiscernible y cierta 
         
        como la flor, el monte, el mar, 
         
        cuando a la noche 
         
        son un puro sentir, casi
        invisible.   
        El mediodía terrenal 
         
        esa luz suficiente 
         
        para leer los destinos y los números 
         
        nunca pudo explicarte. 
         
        Tan sólo desde ti venir podía 
         
        tu aclaración total. Te iban
        buscando   
        por tardes grises, por mañanas
        claras,   
        por luz de luna o sol, sin
        encontrar.   
        que a ti sólo se llega por tu
        luz.   
        Y así cuando te ardiste en otra
        vida,   
        en ese llamear tu luz nació, 
         
        la cegadora luz que te rodea 
         
        cuando mis ojos son los que te
        miran   
        esa que tú me diste para verte 
         
        para saber quién éramos tú y
        yo:   
        la luz de dos.   
        De dos, porque mis ojos son los
        únicos   
        que saben ver con ella, 
         
        porque   
        con ella sólo pueden verte a ti. 
         
        Ni recuerdos nos unen, ni
        promesas.   
        No. Lo que nos enlaza 
         
        es que solo entre dos, únicos
        dos,   
        tú para ser mirada, yo mirándote, 
         
        vivir puede esa luz. Y si te vas 
         
        te esperan, procelosas las
        auroras   
        las lumbres cenitales, los crepúsculos, 
         
        todo ese oscuro mundo que se
        llama   
        no volvernos a ver: 
         
        no volvernos a ver nunca en tu
        luz.   
         
         
        ¿Fue como
        beso o llanto?   
        ¿Nos hallamos   
        con las manos, buscándonos 
         
        a tientas, con los gritos, 
         
        clamando, con las bocas 
         
        que el vacío besaban? 
         
        ¿Fue un choque de materia 
         
        y materia, combate 
         
        de pecho contra pecho, 
         
        que a fuerza de contactos 
         
        se convirtió en victoria 
         
        gozosa de los dos, 
         
        en prodigioso pacto 
         
        de tu ser con mi ser 
         
        enteros?   
        ¿O tan sencillo fue, 
         
        tan sin esfuerzo, como 
         
        una luz que se encuentra 
         
        con otra luz, y queda 
         
        iluminado el mundo, 
         
        sin que nada se toque? 
         
        Ninguno lo sabemos. 
         
        Ni el dónde. Aquí en las manos, 
         
        como las cicatrices, 
         
        allí, dentro del alma, 
         
        como un alma del alma, 
         
        pervive el prodigioso 
         
        saber que nos hallamos, 
         
        y que su dónde está 
         
        para siempre cerrado. 
         
        Ha sido tan hermoso 
         
        que no sufre memoria, 
         
        como sufren las fechas 
         
        los nombres o las líneas. 
         
        Nada en ese milagro 
         
        podría ser recuerdo: 
         
        porque el recuerdo es 
         
        la pena de sí mismo, 
         
        el dolor del tamaño 
         
        del tiempo, y todo fue 
         
        eternidad: relámpago. 
         
        Si quieres recordarlo 
         
        no sirve el recordar. 
         
        Sólo vale vivir 
         
        de cara hacia ese dónde, 
         
        queriéndolo, buscándolo. 
         
         
         
        Aquí 
         
        en esta orilla blanca 
         
        del lecho donde duermes 
         
        estoy al borde mismo 
         
        de tu sueño. Si diera 
         
        un paso más, caería 
         
        en sus ondas, rompiéndolo 
         
        como un cristal. Me sube 
         
        el calor de tu sueño 
         
        hasta el rostro. Tu hálito 
         
        te mide la andadura 
         
        del soñar: va despacio. 
         
        Un soplo alterno, leve 
         
        me entrega ese tesoro 
         
        exactamente: el ritmo 
         
        de tu vivir soñando. 
         
        Miro. Veo la estofa 
         
        de que está hecho tu sueño. 
         
        La tienes sobre el cuerpo 
         
        como coraza ingrávida. 
         
        Te cerca de respeto. 
         
        A tu virgen te vuelves 
         
        toda entera, desnuda, 
         
        cuando te vas al sueño. 
         
        En la orilla se paran 
         
        las ansias y los besos: 
         
        esperan, ya sin prisa, 
         
        a que abriendo los ojos 
         
        renuncies a tu ser 
         
        invulnerable. Busco 
         
        tu sueño. Con mi alma 
         
        doblada sobre ti 
         
        las miradas recorren, 
         
        traslúcida, tu carne 
         
        y apartan dulcemente 
         
        las señas corporales, 
         
        por ver si hallan detrás 
         
        las formas de tu sueño. 
         
        No lo encuentran. Y entonces 
         
        pienso en tu sueño. Quiero 
         
        descifrarlo. Las cifras 
         
        no sirven, no es secreto. 
         
        Es sueño y no misterio. 
         
        Y de pronto, en el alto 
         
        silencio de la noche, 
         
        un soñar mío empieza 
         
        al borde de tu cuerpo; 
         
        en él el tuyo siento. 
         
        Tú dormida, yo en vela, 
         
        hacíamos lo mismo. 
         
        No había que buscar: 
         
        tu sueño era mi sueño. 
         
            
        Dame tu
        libertad.   
        No quiero tu fatiga, 
         
        no, ni tus hojas secas, 
         
        tu sueño, ojos cerrados. 
         
        Ven a mí desde ti, 
         
        no desde tu cansancio 
         
        de ti. Quiero sentirla. 
         
        Tu libertad me trae, 
         
        igual que un viento universal, 
         
        un olor de maderas 
         
        remotas de tus muebles, 
         
        una bandada de visiones 
         
        que tú veías   
        cuando en el colmo de tu
        libertad   
        cerrabas ya los ojos. 
         
        ¡Qué hermosa tú libre y en
        pie!   
        Si tú me das tu libertad me das
        tus años   
        blancos, limpios y agudos como
        dientes,   
        me das el tiempo en que tú la
        gozabas.   
        Quiero sentirla como siente el
        agua   
        del puerto, pensativa, 
         
        en las quillas inmóviles 
         
        el alta mar. La turbulencia
        sacra.   
        Sentirla,   
        vuelo parado,   
        igual que en sosegado soto 
         
        siente la rama   
        donde el ave se posa, 
         
        el ardor de volar, la lucha
        terca   
        contra las dimensiones en azul. 
         
        Descánsala hoy en mí: la gozaré 
         
        con un temblor de hoja en que se
        paran   
        gotas del cielo al suelo. 
         
        La quiero   
        para soltarla, solamente. 
         
        No tengo cárcel para ti en mi
        ser.   
        Tu libertad te guarda para mí. 
         
        La soltaré otra vez, y por el
        cielo,   
        por el mar, por el tiempo, 
         
        veré cómo se marcha hacia su
        sino.   
        Si su sino soy yo, te está
        esperando.   
         
         
        Hoy son las
        manos la memoria.   
        El alma no se acuerda, está
        dolida   
        de tanto recordar. Pero en las
        manos   
        queda el recuerdo de lo que han
        tenido.   
        Recuerdo de una piedra 
         
        que hubo junto a un arroyo 
         
        y que cogimos distraídamente 
         
        sin darnos cuenta de nuestra
        ventura.   
        Pero su peso áspero, 
         
        sentir nos hace que por fin
        cogimos   
        el fruto más hermoso de los
        tiempos.   
        A tiempo sabe   
        el peso de una piedra entre las
        manos.   
        En una piedra está 
         
        la paciencia del mundo, madurada
        despacio.   
        Incalculable suma 
         
        de días y de noches, sol y agua 
         
        la que costó esta forma torpe y
        dura   
        que acariciar no sabe y acompaña 
         
        tan sólo con su peso,
        oscuramente.   
        Se estuvo siempre quieta, 
         
        sin buscar, encerrada, 
         
        en una voluntad densa y
        constante   
        de no volar como la mariposa, 
         
        de no ser bella, como el lirio, 
         
        para salvar de envidias su
        pureza.   
        ¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas
        gráciles   
        libélulas se han muerto, allí,
        a su lado   
        por correr tanto hacia la
        primavera!   
        Ella supo esperar sin pedir nada 
         
        más que la eternidad de su ser
        puro.   
        Por renunciar al pétalo, y al
        vuelo,   
        está viva y me enseña 
         
        que un amor debe estarse quizá
        quieto, muy quieto,   
        soltar las falsas alas de la
        prisa,   
        y derrotar así su propia muerte. 
         
        También recuerdan ellas, mis
        manos,   
        haber tenido una cabeza amada
        entre sus palmas.   
        Nada más misterioso en este
        mundo.   
        Los dedos reconocen los cabellos 
         
        lentamente, uno a uno, como
        hojas   
        de calendario: son recuerdos 
         
        de otros tantos, también
        innumerables   
        días felices   
        dóciles al amor que los revive. 
         
        Pero al palpar la forma
        inexorable   
        que detrás de la carne nos
        resiste   
        las palmas ya se quedan ciegas. 
         
        No son caricias, no, lo que
        repiten   
        pasando y repasando sobre el
        hueso:   
        son preguntas sin fin, son
        infinitas   
        angustias hechas tactos
        ardorosos.   
        Y nada les contesta: una
        sospecha   
        de que todo se escapa y se nos
        huye   
        cuando entre nuestras manos lo
        oprimimos   
        nos sube del calor de aquella
        frente.   
        La cabeza se entrega. ¿Es la
        entrega absoluta?   
        El peso en nuestras manos lo
        insinúa,   
        los dedos se lo creen, 
         
        y quieren convencerse: palpan,
        palpan.   
        Pero una voz oscura tras la
        frente,   
        nuestra frente o la suya?- 
         
        nos dice que el misterio más
        lejano,   
        porque está allí tan cerca, no
        se toca   
        con la carne mortal con que
        buscamos   
        allí, en la punta de los dedos, 
         
        la presencia invisible. 
         
        Teniendo una cabeza así cogida 
         
        nada se sabe, nada 
         
        sino que está el futuro
        decidiendo   
        o nuestra vida o nuestra muerte 
         
        tras esas pobres manos engañadas 
         
        por la hermosura de lo que
        sostienen.   
        Entre unas manos ciegas 
         
        que no pueden saber. Cuya fe única 
         
        está en ser buenas, en hacer
        caricias   
        sin cansarse, por ver si así se
        ganan   
        cuando ya la cabeza amada vuelva 
         
        a vivir otra vez sobre sus
        hombros,   
        y parezca que nada les queda
        entre las palmas,   
        el triunfo de no estar nunca vacías. 
         
          
        CONFIANZA
         
        Mientras haya   
        alguna ventana abierta, 
         
        ojos que vuelven del sueño, 
         
        otra mañana que empieza. 
         
        Mar con olas trajineras 
         
        mientras haya-   
        trajinantes de alegrías, 
         
        llevándolas y trayéndolas. 
         
        Lino para la hilandera, 
         
        árboles que se aventuren, 
         
        mientras haya-   
        y viento para la vela. 
         
        Jazmín, clavel, azucena, 
         
        donde están, y donde no 
         
        en los nombres que los mientan. 
         
        Mientras haya   
        sombras que la sombra niegan, 
         
        pruebas de luz, de que es luz 
         
        todo el mundo, menos ellas. 
         
        Agua como se la quiera 
         
        mientras haya-   
        voluble por el arroyo, 
         
        fidelísima en la alberca. 
         
        Tanta fronda en la sauceda, 
         
        tanto pájaro en las ramas 
         
        mientras haya-   
        tanto canto en la oropéndola. 
         
        Un mediodía que acepta 
         
        serenamente su sino 
         
        que la tarde le revela. 
         
        Mientras haya   
        quien entienda la hoja seca, 
         
        falsa elegía, preludio 
         
        distante a la primavera. 
         
        Colores que a sus ausencias 
         
        mientras haya-   
        siguiendo a la luz se marchan 
         
        y siguiéndola regresan. 
         
        Diosas que pasan ligeras 
         
        pero se dejan un alma 
         
        mientras haya-   
        señaladas con sus huellas. 
         
        Memoria que le convenza 
         
        a esta tarde que se muere 
         
        de que nunca estará muerta. 
         
        Mientras haya   
        trasluces en la tiniebla, 
         
        claridades en secreto, 
         
        noches que lo son apenas. 
         
        Susurros de estrella a estrella 
         
        mientras haya-   
        Casiopea que pregunta 
         
        y Cisne que la contesta. 
         
        Tantas palabras que esperan, 
         
        invenciones, clareando 
         
        mientras haya-   
        amanecer de poema. 
         
        Mientras haya   
        lo que hubo ayer, lo que hay hoy, 
         
        lo que venga.   
          
        Imposible
        llamarla.  
        Yo no dormía. Ella  
        creyó que yo dormía.
         
        Y la deje hacer todo:
         
        ir quitándome  
        poco a poco la luz  
        sobre los ojos.  
        Dominarse los pasos,  
        el respirar, cambiada
         
        en querencia de sombra
         
        que no estorbara nunca
         
        con el bulto o el ruido.
         
        Y marcharse despacio,
         
        despacio, con el alma
         
        para dejar detrás  
        de la puerta, al salir,
         
        un ser que descansara.
         
        Para no despertarme  
        a mí, que no dormía.
         
        Y no pude llamarla,  
        sentir que me quería,
         
        quererme, entonces, era
         
        irse con los demás  
        hablar fuerte, reír,
         
        pero lejos, segura  
        de que yo no la oiría.
         
        Liberada ya, alegre,  
        cogiendo mariposas  
        de espuma, sombras verdes
         
        de olivos, toda llena
         
        del gozo de saberme  
        en los brazos aquellos
         
        a quienes me entrego  
        -sin celos, para siempre,
         
        de su ausencia- del sueño
         
        mío , que no dormía.
         
        Imposible llamarla  
        su gran obra de amor  
        era dejarme solo.  
           
         
         
        Suelo. Nada más.
         
        Suelo. Nada menos.  
        Y que te baste con eso.
         
        Porque en el suelo los pies
        hincados,  
        en los pies torso derecho,
         
        en el torso la testa firme,
         
        y allá, al socaire de la frente,
         
        la idea pura y en la idea pura
         
        el mañana, la llave  
        - mañana - de lo eterno.
         
        Suelo. Ni más ni menos.
         
        Y que te baste con eso.
         
           
        Agua en la
        noche, serpiente indecisa,  
        silbo menor y rumbo ignorado;
         
        ¿qué día nieve, qué día mar?
        Dime.  
        ¿ Qué día nube, eco
         
        de ti y cauce seco?  
        Dime.  
        -No lo diré: entre tus labios
        me tienes,  
        beso te doy pero no claridades.
         
        Que compasiones nocturnas te
        basten  
        y lo demás a las sombras
         
        déjaselo, porque yo he sido
        hecha  
        para la sed de los labios que
        nunca preguntan.  
            
        Mis ojos ven
        en el árbol  
        el fruto redondo y fresco.
         
        Mis manos se van certeras
         
        a cogerlo. Pero tú,  
        pero tú, mano de ciego,
         
        ¿qué estás haciendo?
         
        La mano da vueltas, vueltas
         
        por el aire; si se posa
         
        sobre cosa material,  
        huye tras palpo suave
         
        sin llegar nunca a cogerla.
         
        Siempre abierta. Es que no sabe
         
        cerrarse, es que tiene
         
        ambiciones más profundas
         
        que las de los ojos, tiene
         
        ambiciones de esa bola
         
        imperfecta de este mundo,
         
        buen fruto para una mano
         
        de ciego, ambición de luz,
         
        eterna ambición de asir
         
        lo inasidero.  
        Cuando se cansa de inútiles
         
        devaneos, tristemente,
         
        se va en busca de su hermana
         
        y se entrecruzan las manos
         
        del ciego.  
        Y sólo así se están quietas,
         
        enclavijadas,  
        asidas ansia con ansia
         
        y deseo con deseo.  
        Mano de ciego no es ciega:
         
        una voluntad la manda,
         
        no los ojos de su dueño.
         
         
         
        La niña llama
        a su padre "Tatá, dadá".  
        La niña llama a su madre "Tatá,
        dadá".  
        Al ver las sopas  
        la niña dijo  
        "Tatá, dadá".
         
        Igual al ir en el tren,
         
        cuando vio la verde montaña
         
        y el fino mar.  
        "Todo lo confunde"
        dijo  
        su madre. Y era verdad.
         
        Porque cuando yo la oía
         
        decir "Tatá', dadá",
         
        veía la bola del mundo
         
        rodar, rodar,  
        el mundo todo una bola
         
        y en ella papá, mamá,
         
        el mar, las montañas, todo
         
        hecho una bola confusa;
         
        el mundo "Tatá, dadá".
         
         
         
        Invierno,
        mundo en blanco.  
        Mármoles, nieves, plumas,
         
        blancos llueven, erigen
         
        blancura, a blanco juegan.
         
        Ligerísimas,  
        escurridizas, altas,  
        las columnas sostienen
         
        techos de nubes blancas.
         
        Bandas  
        de palomas dudosas  
        entre blancos, arriba
         
        y abajo, vacilantes  
        aplazan  
        la suma de sus alas.  
        ¿Vencer, quién vencerá?
         
        Los copos  
        inician algaradas.  
        Sin ruido choques, nieves,
         
        armiños encontrados.
         
        Pero el viento desata
         
        deserciones, huidas.  
        Y la que vence es  
        rosa, azul, sol, el alba:
         
        punta de acero, pluma
         
        contra lo blanco, en blanco,
         
        inicial, tú, palabra.
         
         
         
        Parecen nubes.
        Veleras,  
        voladoras, lino, pluma,
         
        al viento, al mar, a las ondas
         
        - parecen el mar - del viento,
         
        al nido, al puerto, horizontes,
         
        certeras van como nubes.
         
        Parecen rumbos.
        Taimados  
        los aires soplan al sesgo,
         
        el sur equivoca el norte,
         
        alas, quillas, trazan rayas,
         
        - aire, nada, espuma, nada -,
         
        sin dondes. Parecen rumbos.
         
        Parece el azar.
        Flotante  
        en brisas, olas, caprichos,
         
        ¡qué disimulado va,
         
        tan seguro, a la deriva
         
        querenciosa del engaño!
         
        ¡Qué desarraigado, ingrávido,
         
        entre voces, entre imanes,
         
        entre orillas, fuera, arriba,
         
        suelto! Parece el azar.
         
         
         
        Abrir los ojos.
        Y ver  
         sin falta ni sobra, a
        colmo  
         en la luz clara del día
         
         perfecto el mundo,
        completo.  
         Secretas medidas rigen
         
         gracias sueltas, abandonos
         
         fingidos, la nube aquella,
         
         el pájaro volador,
         
         la fuente, el tiemblo del
        chopo.  
         Está bien, mayo, sazón.
         
         Todo en el fiel. Pero yo...
         
         Tú, de sobra. A mirar,
         
         y nada más que a mirar
         
         la belleza rematada
         
         que ya no te necesita.
         
         Cerrar
        los ojos. Y ver  
         incompleto, tembloroso,
         
         de será o de no será,
         
         - masas torpes, planos
        sordos -  
         sin luz, sin gracia, sin
        orden  
         un mundo sin acabar,
         
         necesitado, llamándome
         
         a mí, o a ti, o a
        cualquiera  
         que ponga lo que le falta,
         
         que le de la perfección.
         
         En
        aquella tarde clara,  
         en aquel mundo sin tacha,
         
         escogí:  
          el otro.  
         Cerré los ojos.
         
         
         
        No, no dejéis
        cerradas  
         las puertas de la noche,
         
         del viento, del relámpago,
         
         la de lo nunca visto.
         
         Que estén abiertas
        siempre  
         ellas, las conocidas.
         
         Y todas, las incógnitas,
         
         las que dan  
         a los largos caminos
         
         por trazar, en el aire,
         
         a las rutas que están
         
         buscándose su paso
         
         con voluntad oscura
         
         y aún no lo han
        encontrado  
         en puntos cardinales.
         
         Poned señales altas,
         
         maravillas, luceros;
         
         que se vea muy bien
         
         que es aquí, que está
        todo  
         queriendo recibirla.
         
         Porque puede venir.
         
         Hoy o mañana, o dentro
         
         de mil años, o el día
         
         penúltimo del mundo.
         
         Y todo
         
         tiene que estar tan llano
         
         como la larga espera.
         
         Aunque sé
        que es inútil.  
         Que es juego mío, todo,
         
         el esperarla así
         
         como a soplo o a brisa,
         
         temiendo que tropiece.
         
         Porque cuando ella venga
         
         desatada, implacable,
         
         para llegar a mí,
         
         murallas, nombres, tiempos,
         
         se quebrarían todos,
         
         deshechos, traspasados
         
         irresistiblemente
         
         por el gran vendaval
         
         de su amor, ya presencia.
         
         
         
        Sí, por detrás
        de las gentes  
         te busco.  
         No en tu nombre, si lo
        dicen,  
         no en tu imagen, si la
        pintan.  
         Detrás, detrás, más allá.
         
         Por detrás
        de ti te busco.  
         No en tu espejo, no en tu
        letra,  
         ni en tu alma.  
         Detrás, más allá.
         
         También
        detrás, más atrás  
         de mí te busco. No eres
         
         lo que yo siento de ti.
         
         No eres  
         lo que me está palpitando
         
         con sangre mía en las
        venas,  
         sin ser yo.  
         Detrás, más allá te
        busco.  
         Por
        encontrarte, dejar  
         de vivir en ti, y en mí,
         
         y en los otros.
         
         Vivir ya detrás de todo,
         
         al otro lado de todo
         
         -por encontrarte-,
         
         como si fuese morir.
         
         
         
        Ya está la
        ventana abierta.  
         Tenía que ser así
         
         el día.  
         Azul el cielo, si, azul
         
         indudable, como anoche
         
         le iban queriendo tus
        besos.  
         Hechiza la luz de viento
         
         y tensa igual que una vela
         
         que lleva el día, velero,
         
         por los mundos a su fin:
         
         porque anoche tú quisiste
         
         que tú y yo nos embarcáramos
         
         en un alba que llegaba.
         
         Tenía que ser así.
         
         Y todo,   
         las aves de por el aire,
         
         las olas de por el mar,
         
         gozosamente animado:
         
         con el ánima  
         misma que estaba latiendo
         
         en las olas y los vuelos
         
         nocturnos del abrazar.
         
         Si los cielos iluminan
         
         trasluces de paraíso,
         
         islas de color de edén,
         
         es que en las horas sin
        luz,  
         sin suelo, hemos anhelado
         
         la tierra más inocente
         
         y jardín para los dos.
         
         Y el mundo es hoy como es
        hoy  
         porque lo querías tú,
         
         porque anoche lo quisimos.
         
         Un día  
         es el gran rastro de luz
         
         que deja el amor detrás
         
         cuando cruza por la noche,
         
         sin él eterna, del mundo.
         
         Es lo que quieren dos
        seres  
         si se quieren hacia un
        alba.  
         Porque un día nunca sale
         
         de almanaques ni
        horizontes:  
         es la hechura sonrosada,
         
         la forma viva del ansia
         
         de dos almas en amor,
         
         que entre abrazos, a lo
        largo   
         de la noche, beso a beso,
         
         se buscan su claridad.
         
         Al encontrarla amanece,
         
         ya no es suya, ya es del
        mundo.  
         Y sin saber lo que
        hicieron,  
         los amantes  
         echan a andar por su obra,
         
         que parece un día más.
         
         
         
        ¿Serás, amor,
         
         un largo adiós que no se
        acaba?  
         Vivir, desde el principio,
        es separarse.  
         En el primer encuentro
         
         con la luz, con los labios,
         
         el corazón percibe la
        congoja  
         de tener que estar ciego y
        sólo un diía.  
         Amor es el retraso
        milagroso   
         de su término mismo:
         
         el prolongar el hecho mágico,
         
         de que uno y uno sean dos,
        en contra  
         de la primer condena de la
        vida.  
         Con los besos,  
         con la pena y el pecho se
        conquistan,  
         en afanosas lides, entre
        gozos  
         parecidos a juegos,
         
         días, tierras, espacios
        fabulosos,  
         a la gran disyunción que
        está esperando,  
         hermana de la muerte, o
        muerte misma.  
         Cada beso perfecto aparta
        el tiempo,  
         le echa hacia atrás,
        ensancha el mundo breve  
         donde puede besarse todavía.
         
         Ni el llegar, ni en el
        hallazgo  
         tiene el amor su cima:
         
         es en la resistencia a
        separarse  
         en donde se le siente,
         
         desnudo, altísimo,
        temblando.  
         Y la separación no es el
        momento  
         cuando brazos, o voces,
         
         se despiden con señas
        materiales.  
         Es de antes, de después.
         
         Si se estrechan las manos,
        si se abraza,  
         nunca es para apartarse,
         
         es porque el alma
        ciegamente siente  
         que la forma posible de
        estar juntos  
         es una despedida larga,
        clara.  
         Y que lo más seguro es el
        adiós.  
            
        ¿Como me vas
        a explicar,  
        di, la dicha de esta tarde,
         
        si no sabemos por que
         
        fue, ni como, ni de que
         
        ha sido,  
        si es pura dicha de nada?
         
        En nuestros ojos visiones,
         
        visiones y no miradas,
         
        no percibían tamaños,
         
        datos, colores, distancias.
         
        Palabras sueltas, palabras,
         
        deleite en incoherencias,
         
        no eran ya signo de cosas,
         
        eran voces puras, voces
         
        de su servir olvidadas.
         
        !Como vagaron sin rumbo,
         
        y sin torpeza, caricias!
         
        Largos goces iniciados,
         
        caricias no terminadas,
         
        como si aun no se supiera
         
        en que lugar de los cuerpos el
        acariciar se acaba,  
        y anduviéramos buscándolo,
         
        en lento encanto, sin ansia.
         
        Las manos, no eran tocar 
         
        lo que hacían en nosotros,
         
        era descubrir; los tactos,
         
        nuestros cuerpos inventaban,
         
        allí en plena luz, tan claros
         
        como en plena niebla,
         
        en donde solo ellos pueden
         
        ver los cuerpos,  
        con las ardorosas palmas.
         
        Y de esas nadas se ha ido 
         
         fabricando, indestructible,
         
        nuestra dicha, nuestro amor, 
         
        nuestra tarde.  
        Por eso aunque no fue nada,
         
        se que esta noche reclinas
         
        lo mismo que una mejilla
         
        sobre ese blandor de plumas
         
        -almohada que ha sido alas-
         
        tu ser, tu memoria, todo,
         
        y que todo descansa,  
        sobre una tarde de dos,
         
        que no es nada, nada, nada. 
         
        
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