No lo hagas

¿ASÍ QUE QUIERES SER ESCRITOR?
Charles Bukowski

Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
o clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.

Si primero tienes que leerlo a tu esposa
o a tu novia o a tu novio
o a tus padres o a cualquiera,
no estás preparado.

No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
o hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.

Con retraso

Todo en la vida nos llega con retraso.

Leemos periódicos que fueron escritos hace horas. Demasiado tarde para reaccionar.

La imagen de la televisión nos llega con unos segundos de retardo. Premio para el vecino que contemple antes las miserias del hipnótico caleidoscopio.

Juzgamos a delincuentes cuyo delito es imposible de reparar.

Nos cruzamos de brazos ante gobiernos que tratan de arreglar los desastres de anteriores gobiernos, mientras generan los suyos propios, aún más imperdonables.

Nos emocionamos ante unos pocos libros escritos hace años, mientras que ignoramos o despreciamos una inmensa mayoría que cambiarían nuestras vidas.

Nuestras noches están iluminadas por estrellas que quizá hace siglos que estallaron.

Tardamos en darnos cuenta de las personas que realmente merecen la pena, y repetimos una y otra vez rodeándonos del mismo tipo de imbéciles.

Añoramos pronunciar mil te quieros para gente que se fue sin ellos.

Nos enamoramos demasiado tarde, a destiempo, cuando el sol de primavera renunció por nubes de tormenta sin fin.

Morimos, justo después de darnos cuenta que no hemos vivido.

Todo en la vida nos llega con retraso.